lunes, 2 de abril de 2007

La otra historia de las torres gemelas

Os voy a contar una historia. En realidad no se por qué se me ha ocurrido ahora esto, pero me he acordado y, como todos alguna vez, he sentido nostalgia de aquellos tiempos felices, en los que todo era color de rosa y en todo momento tenías a los aitas para ayudarte. Los problemas no existían, pero dejamos hace mucho aquellos inolvidables años atrás.

Era 24 de diciembre de 2001. Como es habitual ese día, se celebra la Nochebuena y la gente suele tener la costumbre de juntarse con la familia. Aquel día no fue una excepción y así lo hicimos, después de ver la ya habitual quema de Olentzero. Hay que decir que yo por aquel entonces llevaba ya tiempo sin creer en el personaje mitológico, pero me hacia muchísima ilusión aun así. Pues como todos los años nos reunimos en casa de mi tío a pasar la noche, realmente no dormimos allí, pero solemos estar hasta las seis de la madrugada, así que vale la expresión. Después de cenar divinamente (como siempre que cocina mi amatxi) los mayores se pusieron a hablar de temas de adultos, que en aquel entonces no me interesaban en absoluto. Para este momento estaba bien pasada la medianoche. Fui a ver lo que estaban haciendo mis adorables primos que llevaban tiempo desaparecidos, no está de más añadir que soy la mayor y que siempre me han puesto a cuidarlos. Me asomé a la habitación de mi primo, así como con un poco de miedo, y no era para menos. Estaban como salvajes sumergidos en medio de una pelea de almohadas, balones, pelotitas y cualquier otro objeto que no usaría nadie prudente. Aquello parecía una batalla campal o incluso peor, no se podía entrar sin sufrir daños irreversibles. Fue entonces cuando mi prima Irati, que por aquel entonces tendría unos siete años, me miro con carita de pena, de esa con la que miran los niños. Me temí lo peor. Resulta que arrastraba consigo un tablero de ajedrez y, aunque no me pareció el mejor plan para Nochebuena, como buena prima mayor, me puse a jugar con ella. La pobre estaba aburridísima del griterío y del lanzamiento de objetos.

Así que nos pusimos a jugar a ese juego que llaman deporte, pero, tengo que reconocer, que a mí no se me de muy bien y que Irati siempre ha sido una hacha. Mientras tanto, teníamos a los demás alrededor nuestro continuando con el jueguito. Descubrí a lo que estaban jugando. A un lado, y subidos encima de la cama, estaban “Bin Laden” y los amigos de éste, y al otro lado, con la mesa de guarida, se encontraban los enemigos de estos, que supuse que serían los estadounidenses. Gritaban cosas como “hemos ganado”, “ríndete Bush” o “las torres gemelas han pasado a la historia”. Ya se sabe que los niños no entienden lo que puede suponer un atentado de tal magnitud y aprovechan cualquier cosa como juego. A todo esto la partida “emocionantísima” de ajedrez estaba llegando a su fin y perduraban en el tablero mi rey, mi
reina, mis dos torres y un caballo. Irati, en cambio, tenía los dos alfiles, el rey, un caballo y algún que otro peón. Fue entonces cuando un tiro de balón, de alguno de estos niños locos que tengo por primos, derribo la lámpara. La lámpara, con forma de avión, cayó sobre el tablero, derribando mis dos torres y dejándonos a oscuras.

Fue así como Bin Laden triunfó dos veces el mismo año. Sin embargo, en diciembre en el avión iba pilotado por el mismísimo pato Lucas y los “terroristas” eran unos niños euskaldunes ( no arabes ), ninguno de los cuales superaba los diez años.

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